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Títeres y actrices: lo que dejó la dictadura de Cromwell

Publicado por  en Jot Down

La dictadura de Cromwell marcó un antes y un después en el teatro inglés. Antes de que el puritanismo cercenase por completo toda actividad teatral durante casi dos décadas (desde 1642 hasta 1660), la escena inglesa vivió una de sus mejores épocas, si no la mejor, de toda su historia. Basta con repasar los autores del llamado Renacimiento inglés para darse cuenta de esto: Christopher Marlowe, Ben Johnson, John Fletcher o el más destacado de todos, William Shakespeare. Bajo el amparo y protección de la reina Isabel I, el teatro gozaba de buena salud y, sobre todo, seguridad. Pero todo cambió con la muerte de la reina y el ascenso al poder de los puritanos, enemigos acérrimos del teatro.

El turno de los otros actores: de los motions Punch and Judy

El panorama no era nada alentador para el mundo de la farándula inglés. Las representaciones fueron prohibidas, los escenarios derribados (el mítico Globe fue derruido en el año 1644) y los actores perseguidos. Pero entre tanta oscuridad, un pequeño resquicio de luz iluminó la escena inglesa durante ese período gracias a otro tipo de «actores»: los títeres o, como se conocían en aquel entonces, motions.

Las representaciones de los motions, manipulados por los llamados motion-men, estaban plagadas de peleas, porrazos en la cabeza —todos tenemos la imagen de un muñeco de guante, vestido de bufón de corte, con su gorro de cascabeles, golpeando la cabeza de otro con una porra bastante exagerada—, comenzaban con un presentador que se colocaba delante de los títeres y que conversaba con ellos. Un buen ejemplo de este tipo de representaciones se encuentra en la obra de Ben Jonson La feria de San Bartolomé (1614), una comedia en cinco actos que transcurre en la citada feria, una de las más populares de Londres a la que acudían millares de personas de todo tipo de clases sociales, por lo que era uno de los lugares favoritos de los motion-men para sus representaciones.

Sabiendo que las comedias de títeres estaban llenas de violencia y diálogos fuera de tono, muy influidos por el teatro de actores, se plantea el interrogante sobre cómo escaparon de la guillotina puritana, más aún si tenemos en cuenta que el teatro isabelino fue prohibido precisamente por las características nombradas. Y la respuesta es simple: los títeres apenas importaban. Pasaban tan desapercibidos que la prohibición ni siquiera les rozó. Seguir leyendo Títeres y actrices: lo que dejó la dictadura de Cromwell

Un impostor en la conquista de México

El historiador francés Christian Duverger sostiene que el fundacional libro que relata la historia de Hernán Cortés en la llamada Nueva España es apócrifo y que en realidad la escribió el mismo conquistador. Esta posición, exhaustivamente documentada, rompería con supuestos de cinco siglos.

POR ANDRES CRISCAUT en Revista Ñ

Se reía a carcajadas. En la soledad de su casa de Valladolid en España, el famoso conquistador del imperio azteca, Hernán Cortés, el anciano de 58 años, se divertía consigo mismo diseñando una de sus más geniales estrategias. Si hacía poco más de dos décadas había logrado subyugar con la espada a 20 millones de personas con apenas unos centenares de soldados españoles, ahora, solo, y con una simple pluma, logrará tomar por asalto a la propia eternidad. Mientras todos lo creían viejo, deprimido y proscrito de la vida pública, en realidad en sus últimos años de vida el adelantado español estuvo creando una de las más perfectas campañas de marketing y propaganda personal de la historia: una maquinaria de tiempo que estallaría cuatro siglos más tarde. “Fue un chiste genial, una de las mayores mitificaciones de la historia –dice en su estudio de París el profesor Christian Duverger, en un español perfecto y a veces salpicado por giros castizos– hasta yo mismo caí en el engaño cuando escribí una biografía de Cortés hace diez años”. El historiador, sociólogo y arqueólogo de la Sorbona y de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París estuvo doce años investigando para llegar a su arriesgada Crónica de la eternidad (Taurus), presentada en su traducción al español recientemente en México y que promete sacudir los cimientos académicos madrileños.

“Quizás el libro más importante y bello de la conquista de México, la Historia verdadera de la conquista de Nueva España –cuenta el especialista en el mundo azteca y también colaborador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)–, un texto obligatorio en las escuelas para todos los mexicanos, un clásico a la altura del Quijote o del Cantar del Mío Cid, fue una impostura, porque el autor no fue Bernal Díaz del Castillo, sino que fue escrito de forma anónima por el propio conquistador entre 1543 y 1546.” En su oficina a pocas cuadras de la Sorbona, rodeado de cientos de libros dedicados a América Latina, Duverger especifica que “la Historia verdadera… fue publicada en 1632 ya bajo la autoría de Bernal Díaz del Castillo, y narra lo ya descrito por Cortés 100 años antes durante la conquista de México en sus Cartas de relación de la década de 1520. Sin embargo la Historia verdadera… es un texto superior ya que lo hace con una belleza y erudición literaria increíbles, y extrañamente contado desde la óptica de un soldado raso, lo que le agrega elementos humanos muy fuertes. La Historia verdadera… es un ejemplo temprano de lo que podríamos llamar el relato de una historia ‘subalterna’, contada por gente ‘de abajo’ y no por la reducida elite que sabía leer y escribir”. Seguir leyendo Un impostor en la conquista de México

Malinche, intérprete guerrera

en Libro de Notas

Traducir una lengua es conquistarla. Y si toda traducción es conquista, la colonización de América a la fuerza debía traernos alguna historia o anécdota digna de contarse.
Cuentan que el primer traductor de América fue una mujer, la Malinche (también llamada Malintzin o doña Marina La Lengua), indígena que hizo de intérprete entre Hernán Cortés yMoctezuma. La Malinche encarna a la perfección el enfrentamiento, diálogo y posterior asimilación entre las lenguas nativas del continente y el idioma de los recién llegados: nacida en 1502, fue cedida como esclava al cacique maya de Tabasco después de una guerra entre mayas y aztecas. Fue ofrecida como tributo siendo aún niña, por lo que ya hablaba con fluidez su lengua materna, el náhuatl, y aprendió con rapidez la lengua de sus nuevos amos, la maya.

También como esclava fue regalada a Hernán Cortés en 1519 junto con otras mujeres, algunas piezas de oro y un juego de mantas, después de que este derrotara a los tabasqueños. Tras bautizarla e imponerle el nombre cristiano de Marina, Cortés descubrió que hablaba náhuatl y empezó a asignarle las labores de intérprete del náhuatl al maya, recayendo en Jerónimo de Aguilar, náufrago español rescatado por Cortés, la tarea de traducir el discurso producido del maya al español. Así, haciendo uso de tres lenguas y dos intérpretes (lo que suele denominarse hoy en día como interpretación por relé o relay), se llevaron a cabo todos los contactos entre españoles y aztecas, hasta que finalmente la Malinche aprendió español.

Según Alberto Manguel, no es de extrañar que el primer intento de entender la lengua del otro en la tierra colonizada se lleve a cabo gracias una mujer, «a través de un instrumento nuevo, más débil que el de las armas viriles, menos prestigioso que el modelo clásico de traducción, de un San Jerónimo o de un Alfonso el Sabio». Seguir leyendo Malinche, intérprete guerrera